Literatura

POESIA

En esta isla, la voz de los esclavos negros predominó y con ella se dejaron oír otras voces como la de José Antonio Daubón (1840-1922), en favor de la emancipación negra. La primera voz mulata de Puerto Rico fue la de Luis Felipe Dessus (1875-1920) que proclamó su diversidad étnica de ser indio y africano. Dos identidades despreciadas por el colonizador español. Este poeta, en su desafiante reafirmación dice: “Yo soy negro y dichoso, / ¡mas que un papa y un rey!/ (…) No hay como ser negro y amar a Lucifer”. Esta versión tiene cierta correspondencia con algunos de los poetas negros de expresión francófona en África que manifestaron su repulsa contra la presencia religiosa del colonizador. Por tanto, el apelo a Lucifer equivale a dinamizar, simbólicamente, lo contrario de lo que pretendía la religión del colonizador. En este poeta vemos claro la confrontación mantenida por el colonizado frente al colonizador.

Entre los precursores de la poesía negra puertorriqueña encontramos a Francisco Negroni Mattei (1896-1937) que aborda un nuevo temario en el alegato de la música y la danza, como elemento fundamental de esa África que el comprende y desea magnificar partiendo de Nicolás Guillén. Evaristo Rivera Chevremont (1896-1976) se apropia de una serie de imágenes existencialistas para incidir en esa comunión que tanto los poetas antillanos como los africanos proclamaron a partir de los años treinta, contra la explotación de los negros. Los siguientes versos de Chevremont indican exactamente esa repulsa: “Tumba los cocos, negro; tumba los cocos. / (…) mientras el blanco, gordo de anillos, / goza su nada, rumiando tedios”.

Fortunato Vizcarrondo fue un poeta que reivindicó la expresión lingüística de los negros, y con ella, articuló sus cantares. En esta línea está Victorio Llanos Allende, que supo ir a las fuentes originarias de las canciones de los esclavos y, así, surgió su famoso cántico: “Ulegú Ulegú Tán-guidé”. Por tanto estamos hablando de un perfil de poetas sumamente integrados en la tradición africana y que tienen conciencia en darle primacía a cualquier vestigio africano que incida en la articulación de sus cánticos y poemas. Así es como la lengua española en el Caribe respira esos acentos bantúes que modifican, en cierto sentido, la poesía costumbrista creada por los blancos. La poesía escrita por aquellos blancos que dominaban este espacio era recitada y exhibida en un círculo cerrado, como eran los salones clasistas de los que estaban excluidos los negros. Fue tan eficaz y poderosa la poesía negra que los propios blancos se dejaron asimilar en múltiples expresiones que marcaron ese fecundo desarrollo de la literatura afro-puertorriqueña.

A partir de 1898, año de la independencia de Cuba, Puerto Rico entró en otro proceso integrador que vino de los Estados Unidos. Pero los poetas puertorriqueños no renunciaron a los valores africanos. Sírvanos como ejemplo el poeta mestizo, Luis Palés Matos (1899-1959), que particularizó varios contextos del acerbo africano. En varias canciones ñáñigas, Palés Matos desdibuja varias frecuencias de denuncia contra el colonialismo en África, como lo que manifiesta en estos versos: “Quien penetro en Tangañica/ por vez primera ñan-ñan;/ quien llegó hasta Tembandumba/ la gran matriarca ñan-ñan”. Palés Matos, además de ser el poeta nacional de Puerto Rico, supo rescatar sus orígenes para intensificar la identidad negra. En su poesía aparecen enfatizados espacios míticos y geográficos que responden a esa identidad africana, como se manifiesta en estos versos: “Al jueguito va su zombí/ derribando su senseribó,/ y no puede el carabalí/ ñañiquear ante Ecué y Changó…/ ¡Oh, papá Abasí!/ ¡Oh, papá Bocó!// Hombre negro triste se ve/ desde Habana hasta Zimbambué,/ desde Angola hasta Kanembú/ hombre negro triste se ve…/ Ya no baila su tu-cu-tu,/ al –adombé ganga mondé-“.

Cesario Rosa Nieves fue otro de los poetas que manifiesta esa contundencia de volver a los orígenes, como muy bien indica en estos versos: “Yo nací negro, (…) En la danza y en la bomba, en la plena y el sendero, / me despertaba África, mi tierra abuela, en maracas de arena”. En este mosaico de poetas puertorriqueños, merece destacar a Clemente Pereda (1903-1980) que es uno de los poetas antillanos que utilizo el término, Madre África por los años treinta, tejiendo una especie de letanía que encontramos en el poema: “Madre África”, en el cual expone: “¡África profunda! ¡África recóndita! ¡África prolífica! ¡África hierática!, / Con tus jeroglíficos y papiros cópticos! ¡Cuna de Homo Sapiens! ¡Madre de las razas”. Pereda alentó las revoluciones y las luchas de liberación nacional de los países africanos colonizados. En este apartado, observamos su reencuentro con los poetas africanos que expresaron su desafío ante el colonialismo.

En esta aspiración de retomar África, desde las antillas, localizamos a un grupo de mujeres negras y mestizas de Puerto Rico que nacieron entre 1911 y 1926. Mencionemos a la mulata Carmen Colón Pellot que intentó restituir la memoria de África, en su canto al mestizaje, desde una contemplación del mercado negrero. También, Olga Ramírez de Orellano nos habla del desencuentro con las orígenes, y, trata de regresar a esa África mágica y profunda como bien se matiza en estos versos del poema: “Tonga bambe”, que dice: “El alma katonga me vuelve a nacer. / Estrellas que miran mi choza de paja,/ Mis ojos de lumbre te vuelven a ver”. Que linda imagen para ese reencuentro con el África total, en su más latente argumentación existencial, donde se admite esa tremenda ausencia, como dijo la mística española, Santa Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en ti”.

De este grupo de mujeres poetas, destaquemos a Julia de Burgos (1914-1953). Su voz, unida a la de Palés Matos y a la de Pereda, representa la poesía negra y mestiza, con que se confirma la poesía africana en Puerto Rico. Julia de Burgos promovió todo un caudal mágico y perenne de la poesía existencial africana. Desde su emigración a Nueva York, proclama lo mejor de la poesía afro-puertorriqueña, como nos muestra en estos versos: “Negra de intacto tinte, lloro y río/ la vibración de ser estatua negra; / de ser trozo de noche, en que mis blancos/ dientes relampaguean;/ (…) Ay, ay, ay, que el esclavo fue mía abuelo/ es mi pena, es mi pena./ Si hubiera sido el amo,/ sería mi vergüenza./ Yo soy recia en el grito y parca en el lamento./ Intensa en los sentidos, negativa en lo quieto”. En esta movilidad, Julia de Burgos, sin ser una poeta de la negritud no estuvo muy lejos de la economía poética de David Diop, de Senghor, de Aimé Césaire, y, por supuesto, de Langston Hughes y de Claude Mckay, estos tres últimos más allegados al espacio de Puerto Rico. La nueva visión que tuvo de Burgos de la marginación de los negros vendría a coincidir con los poetas de la negritud, sobre todo con los de expresión portuguesa como Agostinho Neto y Francisco José Tenreiro.

En Violeta López Suria encontramos esa reivindicación persistente de recuperar las raíces africanas, tal como manifiesta en su poética metafísica que emerge de los valores ancestrales de África. En esta dirección, Puerto Rico aportó un gran caudal de poetas negros y mestizos volcados hacia la problemática social y marginal. El afán de los poetas de Puerto Rico de perpetuarse en el África global y total es bien notorio en el caso de poetas como Manuel Torres.

RECURSO: Las diversas relaciones entre la poesía afro-antillana de expresión española y la poesía africana, por Xosé Lois García

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